27.11.06

"Libertad era un asunto mal manejado por tres: libertad era Almirante, General o Brigadier"










La libertad es uno de los derechos fundamentales más preciados de las personas. Idealizado desde la Revolución Francesa del siglo XVIII, ha sido concebido desde muchas perspectivas: libertad de cultos, libertad política, libertad autónoma, libertad de pensamiento, libertad de movimiento. De las tantas libertades que pueden ser pensadas, tal vez es la última aquella que más se evidencia en el diario vivir de las personas. Uno no sabe quien es realmente libre de otras maneras, pero puede intuir quien lo es, por lo menos medianamente, en su circulación. En ese sentido, se puede entender la libertad como la elección sin obstáculos que hace una persona del espacio en que quiere estar.

En Colombia existe uno de los fenómenos que atenta especialmente contra esa libertad: el secuestro. Noticia de un secuestro, de Gabriel García Márquez, no aporta ningún examen profundo del mismo; aún así, consiste en una narración veraz (y crítica por momentos) que permite identificar sus causas, condiciones y fines. Básicamente un secuestro tiene fines de presión política o económica, está pensado de forma humillante para la víctima y se origina por la necesidad de seres tan humanos como esta última, de sobrevivir. Las dos primeras características no ofrecen problema alguno, razón por la cual se entrará a explicar la tercera.

Quienes idean el secuestro, aquellas personas que postulan los fines, como Pablo Escobar en este caso, están por fuera de cualquier trámite práctico del mismo, como se ve en el libro. La importancia que tienen estos personajes es fundamental: ellos ordenan qué hacer, cuándo, cómo y dónde. Sin embargo, la real importancia en este tipo de eventos, por más que no sea evidente, es la de los secuestradores; de una manera simple y concisa: si no existieran personas dispuestas a vulnerar de una manera tan cruel la libertad de las personas, no habría cómo llevar a cabo un secuestro. Es por eso que es tan interesante preguntarse: ¿Por qué se dispone una persona a hacerle ese tipo de daño moral, psicológico y pragmático a una persona?

Matar a una persona no es fácil; tampoco secuestrarla. Las ideas de Nietzsche sobre la autoconstrucción del superhombre fueron la respuesta al cuestionamiento interno que se presenta cuando los nazis intentaban matar hombres: la supresión de los impulsos es el primer paso. El segundo equivale a ignorar al otro como ser humano, es decir, tomar al otro como algo que no es un ser humano. La idea de comparar a los nazis con los secuestradores es sólo para averiguar cuáles son los motivos que llevan a las personas normales y corrientes, a tratar a los demás como material de desecho en el primer caso, o mercancía en el segundo; en cualquier caso, no como seres humanos.

Los nazis recurrieron a una transformación moral y asaltaron los valores humanos. Los ideales de carácter humanitario eran débiles y por ende, no encajaban en el patrón del hombre duro consigo mismo. De esta manera transformaron a aquellos que no querían ser eliminados y eliminaron a aquellos que no se transformaron. Y por supuesto, también a aquellos que consideraban que no eran transformables.

Parece ser que la familia de todos y cada uno de los líderes nazis era autoritaria:

Heinrich Himmler, algunos de los altos jefes de los campos de concentración y algunos de los personajes más implicados en asesinatos masivos, sufrieron un estricto condicionamiento para la obediencia absoluta. Alice Miller realiza la impresionante afirmación de que, entre todas las principales figuras del Tercer Reich, no había podido encontrar una sola que no hubiera tenido una educación estricta y rígida[1].

Pero la obediencia no es exclusiva de la familia alemana. Es más, es un comportamiento natural de los hombres. Los estudios de Stanley Milgram en New Haven, Connecticut son asombrosamente reveladores: Le propuso a 40 participantes electrocutar sistemáticamente a personas, empezando en 15 voltios y terminando en 450. El 65% de los participantes concluyó la tarea sin ninguna objeción.

Jonathan Glover[2] dice que, en cierto momento, la presencia física de las víctimas abría una brecha de simpatía. Para suprimirla, habían dos remedios: el primero consistía en modernizar la masacre y el segundo en negarla. Para modernizar la masacre, se emplea el sistema heredado de Henry Ford, quien fabricó el primer automóvil. El verdadero invento de Ford no fue el carro en sí, sino la producción en serie del mismo: mientras un sector se encargaba de producir series de llantas, otro producía series de puertas, otro de vidrios y así sucesivamente. Esto traía no solo mayor prontitud en los resultados, sino también una ignorancia del fin mismo y, en el caso nazi, un alivio para muchos. Para entender el segundo modo basta con echar una mirada a Un Mundo Feliz de Aldous Huxley: “[...] y si, por cualquier malhada circunstancia, el tiempo produjese una grieta en la masa compacta de sus distracciones, queda el soma, el delicioso soma [...] y al retorno se hallan al otro lado de la grieta, sanos y salvos en la tierra firme de los trabajos [...]”[3]. En palabras de García Márquez, el soma consistía en una droga llamada Rovitagnol mezclada con una cerveza.

Por otro lado, ¿qué hace una persona cuando está en malas circunstancias económicas, le falta la comida y no puede llevar una vida cómoda? Por más idealistas y moralistas que traten de ser las personas, es evidente que en esa situación, se puede llegar a aceptar cualquier trabajo. Si a uno le pagan bien y le formulan ese tipo de labores (matar sistemáticamente, secuestrar) como tareas no violatorias de lesa humanidad, rutinarias y hasta necesarias, pues uno accede al trabajo, tal y como lo hicieron quienes se unieron al nazismo para salir de la crisis económica y los secuestradores para mejorar su situación personal.

La ética no había conocido manifestación alguna de atentados tan graves contra la identidad moral hasta el siglo XX. Históricamente habían existido tiranías, sistemas autoritarios y monárquicos en Europa y sus colonias. Pero nunca antes había existido una forma tan cruel de rebajar al individuo y vulnerar sus derechos fundamentales. El secuestro y los genocidios cambian el concepto de libertad totalmente. Desde la perspectiva del filósofo Isaiah Berlín, la libertad está sujeta a la obediencia de un Estado porque este último es capaz de evitar el caos; ¿qué libertad existe cuando la vulneración de este derecho es tan cotidiana? Con el texto de García Márquez queda claro que ninguna. Según el mismo Berlín, la libertad negativa consiste en que “yo soy libre en la medida en que ningún hombre ni ningún grupo de hombres interfieren en mi actividad”[4]. Nada más alejado del secuestro en Colombia. Cuando se encuentra que los secuestradores pueden ser cualquier persona en estado de necesidad o de alteración mental, es pertinente reevaluar los conceptos éticos de identidad y libertad: todos los hombres son susceptibles de convertirse en el peor enemigo de los derechos fundamentales.



[1] Ver Glover, Jonathan. “La voluntad de volver a crear la humanidad: el experimento nazi”, p. 452

[2] Ver Glover, Jonathan. “La voluntad de volver a crear la humanidad: el experimento nazi”.

[3] Ver Huxley, Aldous. Un Mundo Feliz, pp. 57-58

[4] Ver Berlín, Isaiah. “Dos conceptos de libertad”, p. 191

No hay comentarios: